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Prospectiva Global: El comodín de la desigualdad aparece en todo el mundo
Reseñado el 14/02/11 por prospectiva
Kenneth Rogoff
Para LA NACION
Domingo 13 de febrero de 2011 | Publicado en edición.
La desigualdad es el gran comodín en la próxima década de crecimiento global, y no sólo en el norte de Africa.
DAVOS.- Mientras siguen desarrollándose los dramáticos acontecimientos en el norte de Africa, muchos observadores fuera del mundo árabe se dicen a sí mismos que todo gira alrededor de la corrupción y la represión política. Pero el desempleo elevado, la desigualdad ostensible y los precios en alza de las materias primas básicas también son un factor importante. Los observadores no deberían estar preguntándose hasta dónde se propagarán acontecimientos similares en toda la región, sino qué tipo de cambios podrían producirse en casa frente a presiones económicas similares, si no tan extremas.
En el interior de los países, la desigualdad de ingresos, riqueza y oportunidades posiblemente sea mayor que en cualquier otro momento del siglo pasado. En toda Europa, Asia y América, las corporaciones nadan en efectivo, mientras su implacable búsqueda de eficiencia sigue generando enormes ganancias. La porción de la torta que les corresponde a los trabajadores está reduciéndose, gracias al alto desempleo, las jornadas reducidas de trabajo y los salarios estancados.

Las mediciones de desigualdad de ingresos y riqueza entre países están cayendo, gracias a un crecimiento robusto constante en los mercados emergentes. Pero a la mayoría de la gente le importa más lo bien que le va en relación con sus vecinos que con ciudadanos de tierras lejanas. A los ricos les está yendo bien. Los mercados bursátiles globales se recuperaron. Muchos países son testigos de un crecimiento vigoroso de los precios de la vivienda, de las propiedades comerciales o de ambos. Los renacientes precios de las materias primas están creando enormes ingresos para los dueños de minas y pozos petroleros, incluso a pesar de que las subas de precios de los alimentos básicos están desatando disturbios, si no completas revoluciones, en el mundo en desarrollo. Internet y el sector financiero siguen desovando nuevos millonarios y hasta multimillonarios a un ritmo asombroso.

El desempleo alto y prolongado afecta a muchos trabajadores menos calificados como una plaga. En España, el desempleo supera el 20 por ciento. No ayuda para nada que al gobierno se lo esté obligando a absorber medidas de austeridad para hacer frente a la precaria carga de deuda del país.
Dados los niveles de deuda pública sin precedente en muchos países, son pocos los que tienen posibilidades sustanciales de abordar la desigualdad a través de una mayor redistribución de los ingresos. Países como Brasil tienen niveles tan altos de pagos de transferencia de los ricos a los pobres que mayores medidas en este sentido socavarían la estabilidad fiscal y la credibilidad antiinflación.

Países como China y Rusia, con una desigualdad igualmente alta, tienen más posibilidades de una mayor redistribución. Pero los líderes en ambos países se han mostrado reticentes a tomar medidas audaces por miedo a desestabilizar el crecimiento. Alemania debe preocuparse no sólo por sus propios ciudadanos vulnerables, sino también por cómo encontrar los recursos para rescatar a sus vecinos del sur de Europa.
Las causas de la creciente desigualdad en el interior de los países son bien entendibles. Vivimos en una época en la que la globalización expande el mercado para los individuos ultratalentosos, pero hace que la competencia deje afuera a los empleados comunes. La competencia entre países por individuos calificados e industrias rentables limita la capacidad de los gobiernos de mantener impuestos elevados a los ricos. La movilidad social está afectada porque los ricos les brindan a sus hijos una educación privada y ayuda posescolar, mientras que los más pobres en muchos países no pueden permitirse ni siquiera que sus hijos sigan yendo a la escuela.
En el siglo XIX, Karl Marx observó las tendencias de desigualdad en sus días y concluyó que el capitalismo no podía sustentarse de manera indefinida. Los trabajadores se levantarían y derrocarían el sistema.

Fuera de Cuba, Corea del Norte y unas pocas universidades de izquierda en todo el mundo, ya nadie se toma en serio a Marx. El capitalismo generó niveles de vida más altos durante más de un siglo, mientras que los intentos de implementar sistemas diferentes fracasaron.

Sin embargo, en un momento en que la desigualdad alcanza niveles similares a los de hace 100 años, el statu quo tiene que ser vulnerable. La inestabilidad puede expresarse en cualquier parte. Fue apenas hace poco más de cuatro décadas que los disturbios urbanos y las manifestaciones masivas sacudieron al mundo desarrollado, catalizando reformas sociales y políticas.

Los problemas que enfrentan Egipto y Túnez son mucho más profundos que en muchos otros países. Sin embargo, sería un grave error suponer que la enorme desigualdad es estable siempre que surja a través de la innovación y el crecimiento. La desigualdad es el gran comodín en la próxima década de crecimiento global, y no sólo en el norte de Africa.

20%
Es el desempleo en España, que ha adoptado medidas de austeridad para seguir pagando la deuda y que afectan la creación de puestos de trabajo.
El autor es profesor de Economía en la

Universidad de Harvard y fue economista jefe del FMI


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